26 mayo, 2007

TOROS EN CUBA Y ARGENTINA.-

TOROS EN CUBA.
De acuerdo a valiosa información ofrecida durante un muy interesante coloquio que tuvo por sede el municipio capitalino San Miguel del Padrón, la Licenciada en Historia del Arte María del Carmen Cernuda Pérez expuso que fue en la región oriental del país, allá por el año 1854, donde se efectuaron las primeras corridas de toros en Cuba. Aunque este tipo de fiesta brava no disfrutó nunca de gran predilección entre los criollos, enfatizó la licenciada Cernuda, se practicó mientras duró el dominio de la metrópoli española a lo largo de casi todo el siglo XIX y aún antes. En La Habana hubo plazas frente al Castillo de la Fuerza, en el lejano 1589, y en el ultramarino pueblo de Regla ente 1812 y 1815, casos a los cuales se sumó años después otro localizado en una franja de terreno situada entre las calles Águila y Amistad, el cual tuvo poco tiempo de vida. Ya en1883 eran tres las plazas existentes en la capital, pues al de Regla —recién reabierto— se sumaron otros dos, en Carlos III y Marianao, siendo el reglano el único que perduró hasta 1898.
LOS TOROS Y LA INTERVENCIÓN YANQUI.
El 10 de octubre de 1899, el entonces gobernador general de la Isla, John R. Brooks, al frente de las tropas interventoras yanquis, dictó la Resolución número 187 que prohibía las corridas de toros en Cuba, orden ratificada el 28 de mayo de 1900 por Leonardo Wood. La prohibición no se basaba, como se alegó entonces, en principios estrictamente humanitarios; había, como veremos a continuación, otras razones que la sustentaban. Detrás de la Resolución 187 se escondía el interés yanqui por implantar las carreras de caballos y de galgos, espectáculos muy lucrativos (bussines is bussines) por conceptos de apuestas y de todo lo podrido que en torno a las mismas giraba. Por otra parte, el llamado Bando de Piedad (Sociedad Protectora de Animales), presidido por la norteamericana Reyder, apoyó resueltamente tal disposición, y a partir de entonces resultaron infructuosos los esfuerzos encaminados a rescatar las corridas de toros; aunque, previo permiso, durante la seudo república se autorizaron aisladas exhibiciones en las que se prohibía sacrificar al animal.
LA PLAZA DE LOS ZAPOTES.
En la arena Los Zapotes, ubicada en la zona de San Miguel del Padrón colindante con el reparto Juanelo —donde crecí—, ofrecieron gustadas exhibiciones años atrás los afamados hermanos Bienvenida, Belmonte, “El Gallo” y hasta el mismísimo Mazantini, uno de cuyos banderilleros enfermó en La Habana y duerme el sueño eterno en el cementerio Colón. Los restos de esa Plaza fueron tragados por el crecimiento urbano de la capital cuando en 1940 el terreno fue vendido y parcelado para la construcción del reparto California, hoy Luís A. Carbó. Por entonces todavía se ofrecían en su viejo ruedo montas dominicales de caballos “a pelo” y exhibiciones en las que entusiastas al arte taurino, envalentonados por algunos sorbos de vino y a los nostálgicos compases de una gaita plañidera, entre repetidos “Oles” daban capotazos a toretes sin casta… y sin ganas, en evocación a la patria que un día dejaron atrás para fundar en esta, que también hicieron suya, una familia.
EN EL GRAND STADIUM DEL CERRO.
En La Habana se presentaron, en instalaciones y épocas diferentes, otras exhibiciones taurinas, con las presentaciones del “Curro” Salas, Aquilino y su cuadrilla, y más recientemente, en el Grand Stadium del Cerro, los espadas mexicanos Armillita y Silverio Pérez, este último muy popular en Cuba por un escuchado pasodoble que le dedicara su paisano Agustín Lara. Si las presentaciones del “Curro” y Aquilino resultaron realmente intranscendentes, la de los “matadores” mexicanos si causaron un gran revuelo. Las funciones que devinieron burla para la afición tuvieron lugar los días 30 y 31 de agosto de 1947. La propaganda a bombo y platillo anunciaba toros miuras procedentes de la acreditada hacienda Aguas Vivas, de Colombia, y se procedió a la venta anticipada de palcos, preferencias y gradas, a un precio bien alto; habilitándose “para comodidad de los interesados” puntos de venta en los más concurridos comercios de la capital. Mas, faltaba tan solo un día para la primera función, cuando Cossío del Pino, Ministro de Gobernación en el período presidencial de Grau San Martín, anuló el carácter oficial de las corridas, apelando a la Resolución ratificada en mayo de 1929 por el entonces Secretario de Gobernación, Rafael Iturralde, mediante la cual “se prohibían las corridas de toros por considerar que su crueldad lastimaba la sensibilidad de los cubanos”. Piadoso gesto el del Ministro, sólo que la suspensión se producía cuando ya se habían vendido desde mucho antes todas las localidades del estadio, recaudación de la cual el gobierno recibiría el 30 por ciento. Por supuesto que no hubo devolución de dinero por concepto de entradas compradas. En lugar de las bien vendidas corridas que incluían la suerte de matar, se efectuaron aburridas exhibiciones con animales que, por su casta, nada tenían que ver con los anunciados miuras de Aguas Vivas pese al interés de Armillita y Silverio, quienes respetuosos con los timados espectadores y conscientes de su bien ganado prestigio trataron de salvar lo que, por decirlo a lo cubano, “ni el mismísimo Mazantini” hubiera podido salvar.
Elio Menéndez.
EN LA ARGENTINA.-
En la posguerra española, los hermanos Bienvenida fueron contratados para torear en Buenos Aires, a lo que se opuso con toda su fuerza, la Sociedad Protectora de animales. Como quiera que las autoridades no estaban por la labor de suspender el festejo, la Sociedad trató de “salvar el honor” y propuso que tiñesen de verde las muletas, en la creencia de que el color rojo, “excitaba al toro” y en la ignorancia de su daltonismo. La corrida resultó un éxito.
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