08 febrero, 2009

LUIS MIGUEL - PAQUIRRI.-

Su ultimo paseillo.
Las dos entradas anteriores, vienen a cuento. Es necesario referirlo, porque aun hay simpatizantes del difunto Camará – pocos ha hecho tanto daño a la fiesta, como este torero fracasado – que siguen deformando lo ocurrido aquella tarde.
Aunque sea “políticamente” incorrecto, me niego a reconocer que en España no se pueda hablar bien de los vivos, ni mal de los muertos. Me niego rotundamente.
EL AFFAIRE DE LAS BANDERILLAS, POR UN TESTIGO PRESENCIAL.
Era una tarde de 1973 – si no recuerdo mal – en la Real Maestranza de Sevilla. Paco era un torero bullidor en el segundo tercio, que gustaba mucho a los públicos – ya sabemos que “los públicos” no entienden ni jota – pero los aficionados nos percatábamos de que, en la mayoría de las ocasiones, banderilleaba “a toro pasado”.
En su primer toro, ofreció los palos al maestro. El toro no estaba para esos trotes y Miguel le había hecho un gesto negativo cuando le vio las intenciones. Pese a ello, el de Zahara de los Atunes – barrio de Barbate separado del “centro” por diez kilómetros de preciosas playas y la Sierra de Retín – se empecinó en hacerlo.
El par de Miguel, cayó al suelo, “le faltó toro”, y el cateto de Zahara – maleducado y soez – tomó los garapullos del suelo y, junto a los que le correspondían, se los puso al toro.
Me extrañó el clamor con que Sevilla acogió la felonía. Mas cuando es la Plaza donde podemos encontrar mas profesionales en sus tendidos (es posible que precisamente por eso, ya que mi torero siempre ha sido visto con envidia y recelo por la mayor parte de los fracasados y/o mediocres). No muy lejos de donde me encontraba – en el mismo tendido - asistía al festejo nada menos que Don Antonio Bienvenida; al poco pude darme cuenta de que éramos los únicos en toda la Plaza que vociferábamos en contra de Paco. Si, sin exagerar, Don Antonio, vociferaba y gesticulaba, lo que hizo que sus vecinos de localidad, dejasen los vítores, sorprendidos por el desusado comportamiento de hombre tan discreto.
Y en los tendidos, quedó un run run de expectación… el picante de la salsa de los caracoles…
Salió el segundo del maestro y, siempre educado – que si la Señora del ruedo es La Competencia, el Señor del albero, es El Quite – correspondió al ofrecimiento, con otro par.
Quiso la Providencia – era justo y necesario y la Providencia es sabia y ponderada – que el par también se le cayera a Paco. Miguel no era un hombre, era una fiera, aporreando las tablas de la barrera, solicitando de su mozo de espadas otro par. En cuanto lo tuvo en la mano, corrió, como perseguido por una Bandera de La Legión, a entregárselo al maleducado “saharaui”.
Solamente entonces, el público, siguiendo el ejemplo de Don Antonio – y el mío, por que no decirlo, ambos aplaudiendo a rabiar – se dio cuenta de lo que había pasado. Se debe escribir, sobre “los silencios de la Maestranza”, sobre “sus tradicionales vencejos” y, también, sobre “su lentitud en la reacción”.
Sinceramente, no esperaba “eso” de Sevilla: aquella tarde no lució su “color especial”.
Se habló tanto del asunto y de manera tan torticera, que escribí a El Ruedo, exigiendo que la revista taurina mas prestigiosa a la sazón, saliese al paso de las “versiones interesadas” y contase, lisa y llanamente, la verdad de lo ocurrido en la Real Maestranza, dando mi versión de los hechos.
Lo conseguí: y, por tanto, que se acabaran “los rumores de aquella esquina”.
Muchos años después, en la tranquilidad de Sotogrande, Miguel le quitaba hierro al asunto y manifestaba que le sorprendió la claridad con que la revista dejó las cosas como realmente habían sido, ya que los periodistas de su redacción, no eran de “su cuerda”. Ante mi sonrisa, me dijo: ya sabía yo que había de por medio algún “chalao”. La frase sonó a indulto agradecido. Nunca lo reconoció, pero le encantaban sus acérrimos partidarios; éramos un condimento necesario para “la salsa de los caracoles”, el otro, los que no iban, como nosotros, a la Plaza “por él”, sino “a por él”.
Dichoso el torero que cause expectación.
Mas que Don Marcelino.
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